Vapor, después del último baile
...Un té enfriándose, víctima de mi pensar.
Candelabros ya sin luz -
Años buceando, en busca de la respuesta.
-La respuesta de la vida.
Un atardecer, un pálido cuerpo se acercó a mí
tendió su temblorosa mano anciana hacia mi pecho desnudo
...y entonces, bostezé.
Aquel bostezo fué mucho más largo, y pesado que los demás...
Antes de cerrar mi boca, sus delgados dientes se separaron,
lentamente, y como si la puerta del infierno fuese, de su garganta se oyó su raspada voz...
Me ha invitado a bailar...
...En la danza final.
No asentí, ni negué entonces.
Guardé silencio, esperando que el temblor de mi cuerpo respondiera por mí...
O que ella decidiera por sobre mi enmudecimiento...
Ella no olía bien, sus elegantes ropas terminaban de ser llamativas bajo el
dominio de marcas de cigarro y polillas...
...sus dedos, aún más delgados que los míos, transmitían un frío excitante...
Sus cabellos grises no llegaban a rozar sus hombros-.
Tenía un aspecto andrógino, de pechos caídos y genitales distorcionados.
Fué entonces que levanté mi mirada, y contacté sus hermosos ojos.
-Parecían ser dos canicas, jamás utilizadas, tan joviales, tan llamativas y cálidas,
ante mi mundo congelado de dolor...-
Entonces pude ver más allá de sus arrugados pechos, y su putrefacto cuello:
De pronto ante mí se detuvo la más hermosa musa (Humanoide, o diosa),
levantando su otra jovial mano de su delicada cintura,
la extendió hacia mi pecho y exclamó:
-Ven a danzar conmigo-
Tomé su jóven mano, y sentí su jóven piel,
besé sus tibios labios y percibí cada célula incrustada en su cuerpo.
Me arrimé a su vientre y, mordí suavemente su cuello...
Y cuando su confuso aroma se deslizó por mi destruído rostro,
pude sentir la excitación de la jovialidad plena,
y la maravilla de no volver a nacer...
Ella acarició mis brazos, y sumergió sus dedos en mi cabello...
Mientras que, en mi espalda, se evaporaba mi sangre...
Su dulce voz solicitó mis labios, y su mirada adormeció mi respiración...
...Y cuando me deslizaba cayendo a lo largo de sus brazos,
safé mi cuerpo de ella, y escupí su rostro,
que retornó a ser pálido, frío y arrugado...
...Con ese característico aroma a agonía...
Un té caliente me esperó sostenido en mi escritorio,
y la débil luz, entre vapor, aún flameaba.
 
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