
Nadie se atrevía a mirar con aún más profundidad sus ojos - por que causaban en las personas un efecto alucinógeno tremendo. El mirar más allá al fondo del eclipse de sus pupilas era un desafío para cualquier ser viviente físico o intangible. Ella nunca miró a nadie, se extrañaba de la gente y se apartaba durante las tardes, allí a caminar por las costas del enorme mar, pisoteando con delicados pasos la espuma helada, y la arena que succionaba sus pies.
Nadie nunca supo hacia dónde caminaba, pues simplemente lo hacía concentrada, guardando un silencio tan enorme que lograba conmover al cielo y sus estrellas, haciéndolo oscurecer cada fin de la tarde. Derrepente se arrodillaba ensuciando sus pantalones en la húmeda arena, recogiendo conchas de moluscos golpeados por el oleaje contra las rocas, a veces, guardándolos firmemente en su mano. Luego de aquello ella se perdía entre los árboles camino arriba, regresando a su hogar.
Nadie le conocía en su totalidad, ella vivía en el bosque, quizás, pensé que quizás era un fantasma sonámbulo caminando en la eternidad, aquellas tardes heladas, cuando la playa se vaciaba de niños y quitasoles. Pero algo me transmitió el contorno de sus mejillas, y la decisión de su mirada: ella estaba triste, se notaba claramente si se examinaba bien su rostro enfrentando el viento del atardecer. Una nostalgia dulce, que viajaba por los rincones de sus brazos danzantes al compás de su caminar.
A veces, se sentaba entre las rocas, muy alejada del tumulto y cerraba sus ojos. Entonces comenzaba a mover sus labios, como recitando oraciones o poemas guardados en su cabeza. Desde lejos parecía estar invocando a una deidad del océano, o conversando con un coqueto fantasma que le acompañaría en su nostalgia. Ella enseñaba al viento las piedras y conchitas recogidas y las ponía sobre sus piernas.
Al parecer, esperaba quizás que sus arremangados pantalones se secaran o quizás esperaba que yo cesara de mirarle, para poder esconderse entre los altos árboles del bosque.
Sentí envidia del mar, del cielo, del viento y, como no, del bosque.
 
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