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octubre 29, 2009

Crimen

Él había cometido un crimen, y nadie se daba cuenta. Era un fugitivo que huía de nada y nadie, pues nadie sabía de su maldita existencia que desplomaba su mirada paso a paso, ante la sonrisa de la gente. Él deseaba sonreír, y cuando lo anhelaba, lo hacía... Lo hacía con una fuerza tan vacía que hacía nacer desde su putrefacto interior... Siempre, siempre sentía que algo consumía su respirar, y el latir de su corazón, pues, había buscado la perfecta compañía siempre, pero nunca había logrado alcanzar la plenitud de la tranquilidad que significa estar conversando con alguien...
Muchos conocían su nombre, pocos lo llamaban. Él había cometido muchos crímenes. Había amado, había prejuiciado, había detestado, había dejádose morir por el bien ajeno, había entregado lo que quedaba de su libertad a un momento efímero que más tarde la memoria tubo que someter a la nada. Cómo extrañaba esa sonrisa, cómo anhelaba hallar por fín al verdadero amigo que no alardeara de oír sin hacerlo jamás...
Nadie se atrevió a oír su crímen, nadie, absolutamente nadie se volteó en su camino a ofrecerle su mano.
Él perdió la voz y la capacidad de reír. Él perdió el amanecer, la noche y sus estrellas. Él perdió la noción de su vida, su corazón y la vista.
Su más grande crímen fué haber creído que amaba, cuando nunca amó.
Su más enorme y vergonzoso crímen fué el dejarse callar a veces, perder aquellas palabras para siempre... Su más atroz crímen fué escribirlo todo y no atreverse a contarlo, pues todo era tan, tan personal. Que quien sea que supiese acerca de aquel horrible crímen, moriría de descepción.

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