En su mundo no existen los amigos, todo consiste en una eterna soledad que ha arrastrado por algún motivo, hace muchísimos siglos, antes de esta vida terrenal. 
En su mundo no existe el amor, todo es efímero y olvidable, a veces no cree en su mitad. Pero sin embargo le busca, bajo cada sombra y luz, construye templos de esperanza que se desmoronarán con la realidad. 
En su mundo, no existe nadie. Todo transcurre enmudecido por la sordera ajena.
A veces ríe, a veces llora, a veces se enoja. Es tan monótonamente normal que a veces pierde las ansias por saber de sí mismo y se entrega al perfume de la muerte.
¿Cuántas veces ha muerto?
¿Cuántas veces ha vuelto a respirar aquel mismo pesado aire que parece no desprenderse de su piel?
A veces, cierra sus ojos y masculla susurrando para sí mismo:
Déjame vivir... 
déjame sentir, déjame descanzar...
Déjame vivir...
 
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