Estaba decidido a marcharme. Y caminaba de vuelta a un nuevo hogar, hasta entonces desconocido... pero mantenía siempre mi fé en mis propios pasos. Mis piernas, era todo lo que quedaba de mí, y en verdad no ansiaba encontrarme con nada más, simplemente, dejé que me guiaran hasta donde inconcientemente ellas me llevaran, aunque aquello me llevase a desaparecer... Y en verdad, por un momento, quize desaparecer. Por que sabía que todo lo que tenía había disuelto su existencia en el aire, entre las estrellas y rozando la piel arrugada de las montañas. Yo ya no quería ver la cordillera, no quería ver el mar intentando huír de su mismo cuerpo cada mañana hasta la noche, en donde con aún más desesperación grita y muere por desprenderse de sí mismo. 
Había tenido la más hermosa oportunidad de desprenderme de mi mismo, como el mar quizo, como el aire aprisionado en esta tierra anhela cada tarde, antes de resignarse a callar. Pero, ¿Por qué ya no estaba allí?, ¿Por qué estaba ahora, volviendo hacia donde nunca estube?... 
Huír - eso se llamaba huír, de algo a lo que seguramente siempre guardé mucho, muchísimo miedo. Y es que el miedo te hace temblar hasta no soportar, haciendo tu cuerpo arrancar de todo rastro del generador de este miedo, y en verdad, no quería tener más miedo. El temor se había apoderado de mí, la tan sola incertidumbre de volver a encontrarme allí, en aquel jardín de flores espinosas, entregando mi tiempo entero a la casualidad y la suerte de existir o dejar de hacerlo en cualquier momento. 
Todo está bien ahora --decía para mí mismo mientras saltaba los caminos empedrados de Atraggtahn-- Descubriré cómo volver a nacer sin morir-. En verdad, aquel pensamiento pudo haber sido bastante ególatra y, el pensar en un "yo" como un algo/alguien importante más allá del miedo llevó a este cuerpo a huír. Tal vez por ególatra, por egoísmo, por miedo, por la más enorme combinación de sentimientos extraños arrancaba de nada, fugitivo del viento y las mareas, atravesaba y saltaba cada cerca y obstáculo, las noches tragaban mis puños cerrados de miedo y angustia, simplemente dejaba que la noche dominara este anonimato, estas ansias por esconder el rostro lleno de vergüenza e infernalmente torturado por la fealdad. Si hallé alguien en mi camino, fué a ella, pálida y hedionda, pero sensual acariciando mi cuello. Si hallé a un ser en mi camino de regreso a la nada fué a ella, a quien en más de una ocasión volví a entregar mi cuerpo y me dejé acariciar por sus desgastadas y petrificantes manos --Nkö querida, antes de volverme tu enemigo cambiante sabía mucho más de tí--.
En ocasiones anhelaba la tranquilidad y la locura se apoderaba de mi caminar, y la ausencia total de compañías amistosas hacían voltear mi rostro hacia el camino transcurrido... Pero al voltear, no conocía nada, por el simple hecho de caminar sin mirar hacia los lados, sólamente hacia un horizonte putrefacto y desconocido, tan oscuro como los alrededores, y tan incierto y peligroso como el pasado.
 
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