Lejos de los muros del mundo el agua caliente descendía por ríos color turquesa
Lejos, muy lejos de los picudos tejados de Saokhi las aves realizaban su última emigración
hacia las ramas de un descompuesto sauce inclinado hacia la laguna.
Nadie volvió a ver en las calles al horrible personaje del rostro destruido.
Sólo se le vió sollozar en su extraño idioma mientras abandonaba el calor de los faroles de la ciudad.
Quizo huír de su sombra, del mundo, de la existencia terrenal.
Su última palabra, escondida en sus enceguecidos poemas empapados de ridiculez jamás fué revelada a la memoria ni al desinterés de la gente.
Él era una bestia, y lo sabía. La bestia que intentó adaptarse a la gente mientras devoraba su propio aliento.
El pequeño hombre del destrozado rostro fué hallado muerto junto al solitario sauce, con el poema escrito en su pecho, y una única y verdadera sonrisa que en vida, pudo demostrar.
 
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