 rande, entonces me encargué de caminar cerca de las paredes para no gastar pasos volteando de camino en camino. Me acostumbré al olor a alquitrán y me alegraba cuando, de vez en cuando, en una pared encontraba un enchufe eléctrico o una grieta, que marcaba una leve diferencia con las demás paredes sin ventanas ni detalles. Yo no era el que solía perderse, pero al ir descubriendo más callejuelas, me detuve y me puse a llorar. Pensé que estaba soñando, que era falso, pero ni mis lágrimas al impactar contra el suelo pudieron invocar mágicamente una fuerza que me sacara de allí como una especie de deus ex machina. Me di cuenta que ya no podía seguir, lo único que quería era llegar a mi destino y mis pasos se burlaron de mí.
rande, entonces me encargué de caminar cerca de las paredes para no gastar pasos volteando de camino en camino. Me acostumbré al olor a alquitrán y me alegraba cuando, de vez en cuando, en una pared encontraba un enchufe eléctrico o una grieta, que marcaba una leve diferencia con las demás paredes sin ventanas ni detalles. Yo no era el que solía perderse, pero al ir descubriendo más callejuelas, me detuve y me puse a llorar. Pensé que estaba soñando, que era falso, pero ni mis lágrimas al impactar contra el suelo pudieron invocar mágicamente una fuerza que me sacara de allí como una especie de deus ex machina. Me di cuenta que ya no podía seguir, lo único que quería era llegar a mi destino y mis pasos se burlaron de mí.Dormí unas cuantas horas en el suelo, con la tranquilidad de tener la certeza de que nadie más pasaría por allí. Al despertar, me reincorporé y dejé mi celular en el suelo, junto con otras pertenencias, de modo que aquel sería mi sitio, y no saldría más allá de las paredes circundantes. La resignación me llevó a adaptarme al lugar, y convertirme más bien en un "habitante de las paredes", en lugar del "yo" que era en un principio. Me sentaba en el mismo lugar siempre, y me ponía a observar las murallas que se levantaban hacia donde mirase. Memoricé cada falla, cada grieta, inventé juegos mentales contando los ladrillos, buscando rostros en la intermitencia de lineas y piedra.
Hubo un día en que no dormí en mi rincón, y al despertar me puse a caminar por los pasillos, dejando en el camino diferentes prendas de mi ropa, para poder regresar. No sé por qué quería regresar, pero aquella calle que adopté se convirtió en mi sitio, mi casillero, mi camarote. Continué avanzando por el laberinto, con el ruido de los automóviles aún audibles lejos del lugar, despojándome de mis ropas hasta el punto de caminar completamente desnudo, dejando como seña en el camino mi saliva, fluidos corporales y cabello. Aquella calle que atravesé desnudo resultó ser la más extensa, tanto así que finalmente acabé sin cosas que dejar para recordar el camino de vuelta, entonces dejé que mis pies me empujaran hasta hallar alguna novedad. Nunca volteé mi rostro antes, pero al devolver mi mirada hacia atrás, encontré la salida a dos pasos de mí. No era el lugar que en un principio tenía planeado llegar, pero el sentimiento de libertad era más pleno que nunca: cientos de árboles se levantaban hasta más allá de donde las murallas alcanzaban con su altura, ríos, plantas, insectos y otros animales eliminaban por completo de mi cabeza el olor a calle interminable. Habían otras personas compartiendo entre sí, desnudas también, despojadas de todo tipo de artefacto, tecnología o plástico.
Sentí que podía comer hasta sonreír, que podría dormir lo que yo quisiese, y que nunca más necesitaría de un sistema jerárquico para poder vivir. Llegué al lugar que un día busqué, pero me resigné a dejar de hallarlo.
Hace meses que la calle con paredes altas se extiende muy lejos de donde vivo ahora, de hecho, la gente que me acompaña siente miedo de volver. Dicen que hay monstruos allá...
 
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