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septiembre 29, 2009

El par

Y luego de pararse por centésima vez, miró al horizonte obnuvilado por el cansancio de su mente, y volvió a caminar con el invisible peso de su enemigo sobre su espalda. Ambos se conocían, y ambos carecían de libertad estando cerca. Nadie los escuchaba, eran sólo dos personas conviviendo, riendo a veces, a veces discutían, abofeteándose por sus distintas maneras de pensar y respirar. El de arriba jamás utilizó sus piernas, pero sabía manejarse por el mundo con su mente... Él era el que hacía capaz examinar el movimiento de cada persona, llevándolo a concluir innegables coincidencias con la realidad escondida. El de arriba detestaba la cercanía de todo tipo de alma, tal véz de miedo, tal vez por antisocial... Simplemente, no gustaba de la voz de otras personas interrumpiendo su eterno plan secreto. Él meditaba mucho, cerraba sus ojos y podía oír a los espíritus circundantes, insultando y preguntándose. Odiaba las risas y amaba la libertad. SU libertad añorada que hace tantos siglos había perdido al encontrarse en la espalda de el hombre de abajo.
Extraña vez hablaban, si lo hacían, era una eterna discusión llena de fuego, lágrimas y puños cerrados en silencio. Discutían lejos del tumulto, disputándose las deciciones del camino, luchando entre ellos por qué aire respirar.
El de abajo sentía lo que el de arriba no sentía. A veces, cuando en aquellas extrañas veces que él dejaba salir su voz, mientras el hombre de su espalda dormía, podía darse cuenta de las cosas que había perdido a lo largo de su vida. Reía, y no sentía mayor miedo a disfrutar la compañía de cualquier persona que le haya regalado una sonrisa. Amaba, y no sentía miedo de hacerlo, a veces. Pues cuando el de arriba dormía, el hombre de abajo tomaba caminos que el inteligente de la espalda no habría tomado por precausión a morir. Amaba, y lograba darse cuenta de esto cuando la víctima de sus epístolas ya caminaba por un camino que él, ya había abandonado.
Cuando el de arriba dormía, pensaba poder lograr saltar la cerca del borde del camino escogido, y correr al encuentro de lo que un día perdió.
Un día, lleno de desición, tomo impulso con el inerte peso sobre su espalda, y corrió a saltar aquella rejilla que separaba sus sueños. Y al saltar, vió todo su entorno de color negro, una nube envolvente ahogadora que lo hizo ver nuevamente en el suelo de tierra, con el hombre de su espalda riendo recibiendo su nuevo amanecer.
El hombre de abajo, desnudo y casi desangrado por el fatal golpe contra el suelo, lleno de lágrimas, nuevamente desplomado comenzó a besar cada una de sus heridas.
Te amo, te amo -Decía mientras pasaba su fría lengua por cada llaga, sintiendo el sabor de su sangre que huía de su cuerpo- Muchas gracias, te amo, estoy tan orgulloso de tí...

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