
El cielo se nubló para sentarse junto a él, que en esos entonces se encontraba solo encogido sobre si mismo, con los puños muy cerrados aún. Él ignoraba al viento intentando colarse por su cuello, y a las hojas de principios de primavera que llevaban mocos a sus fozas nazales. El cielo nublado se sentó a su lado y le abrazó. Qué sucede, querido? -Preguntó con su susurrante voz gris. Pero el muchacho no apoyó su cabeza en él, como de costumbre. Dime que sucede, amigo... - Insistió la nube. Sin embargo, el hombre continuó encogido sobre si mismo, manteniendo sus puños cerrados y muy cerca de su ombligo, sin contactarlas entre sí. El día nublado se conmovió al punto de obsequiarle una momentánea lluvia que se detubo ante la respiración del encogido hombre. Él evade las caricias, él guarda silencio y cambia el tema con su mirada, pues no quiere hablar, y no quiere recordar nunca jamás. Desea ser ciego y no tener a su lado a absolutamente nadie, durante esta vida. Él hoy odia a la lluvia, y detesta a muerte al día nublado que vino especialmente para hacerle compañía, independiente de sus buenas intenciones, él no desea compañía. Pues el día nublado le hace recordar, y la lluvia le hace conmover sus mejillas nuevamente destrozadas por la incertidumbre de vivir, quiere estar solo por que hoy se han reído de él, desea estar absolutamente solo para no volver a sentir añoranza por el pasado ni el presente. Ya no desea volver en el tiempo a comenzar de cero, ya no siente amor por el útero de su madre, ni desea saber lo que hay hoy junto a su lado, a tan poca y enorme distancia. Él cambia el tema con su respirar, él odia al viento y al día nublado, desea un momento a solas con su cuerpo, y su dormida alma que desea jugar. Hoy sólo quiere mirar hacia adelante, sin esperar nada. Sin esperar a nadie.
 
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