Le gustó esa droga, la volvió a probar. Era su favorita, a pesar de ser la única que su jóven organismo había ingerido. Cada inspirar -decía- era como la distorción completa de los colores de la ciudad, se sentía vagar por el mundo entero sin salir de su habitación, golpeaba su cabeza contra el muro y dejaba que la gravedad tomara posesión por su inerte cuerpo que caía, se arrastraba y volvía a caer al piso enladrillado. Sangraba y se reía, sus ojos tornábanse redondos y extraños. Era su droga favorita, le hacía ignorar al puto mundo y vivir como el sistema nunca le permitió hacerlo... -Esto no es droga--Decía--Esto es libertad...
Inyectaba el veneno en sus oídos una vez más y dejaba que la tregua de sus venas desapareciera por un momento... un sueño donde volar era todo lo que podía sentir, no hambre, no dolor, no hipo, no tristeza, no odio, no descepción, no rencor, no lágrima, no tensión... Era como estar vivo -agregaba- y despertar muerto, cada segundo, cada latido... la más hermosa y dulce muerte.