Amaré el pan como se ama a un amor perdido, besaré cada granito de arroz, le lloraré a cada célula de fruta, y aún así mi miseria será ínfima. Aún estando muy alejado del centralismo del hombre blanco occidental y cristiano, que nunca conoce el hambre y sólo el apetito, aún con un fideo vencido soy el rey de un imperio enorme: puedo hacer con este fideo lo que se me dé la gana, aunque lo más probable es que desaparezca en un masticar lento y de ensueño. Miraré con ojos de bestia a las malezas del costado de los muros, pensaré en arrancarlas y examinarlas, experimentar con la muerte clavándole el diente a tubérculos extraños, entraré con ojos de quiltro a los mega-mercados, buscando un envase abierto, pensando con dientes apretados en cuánto se botará y se incendiará sólo por ofrenda a dizque dioses de bolsillo. Hasta la música de sus pasillos me choca al no comprender la cacofonía del estómago que exige y se venga con las venas, la piel y los pensamientos. Ahora comprendo al perrito que con cautela se acercaba para tomar algo de mi bocado, ahora le daría la mitad de lo mío aún teniendo nada, porque aún sudaca feo me siento tan gringo con medio puñado de avena, porque aún tengo fuerzas para pensar en fantasías de anemia y desmayos cuando a lo más alguna vez en mi vida he tenido hambre.
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