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septiembre 17, 2009

El telescopio de Edu

Hoy bastardo, me dejarás escribir tranquilo.

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Hace unos días atrás, había estado de cumpleaños. Y, a pesar de la ausencia de amigos o familiares que hayan recordado esta fecha, la mamá de Edu hizo un esfuerzo enorme para demostrarle su cariño a su único hijo varón, y le regaló un extraño juguete nuevo: venía envuelto en un papel multicolor desteñido, con figuras de automóviles y jirafas flotando a lo largo del diseño del envoltorio; el desarmado papel contorneaba una figura alargada, y paralelepipedal; en la cima de éste, una rosa plástica finamente manufacturada coronaba el único obsequio de Edu, en su cumpleaños.
El regalo permaneció cerrado durante aquellos últimos días, Edu decidió antes contemplar el envoltorio lo necesario antes de abrirlo. Quería adivinar que era. Tenía que adivinar que se ocultaba bajo todas esas jirafas y autos. Tubo muchas ideas sobre qué podría haber sido el misterioso amigo nuevo oculto bajo esa figura alargada, tal véz un muñeco más para la colección, a lo mejor un submarino para explorar los confines de la bañera, o quizás un pack de calzoncillos.
Llegó un momento en que ninguna otra hipótesis era capaz de explorar su cabeza. Tan sólo sabía que el envase era una caja rectangular, y de peso liviano. El único aroma que éste obsequio expelía, era el misterioso olor de un papel de regalo re-utilizado, lo que ausentaba cualquier otro tipo de pista. Pero qué más da, ¡era el único gran regalo que había recibido!, entonces se decidió una mañana por fín a arrancar el desteñido papel y su cinta, sin importarle el montón de basura que exparcería por su habitación.

La caja traía sobre sí extraños simbolos taiwaneses, y fotografías vintage con huellas dactilares en todos sus rincones. Edu vació el contenido de la caja, que dió a conocer un alargado tubo negro, con muchas otras piezas envueltas en bolsas plásticas transparentes, además de un manual escrito con los mismos carácteres extraños de la caja. Edu, por su parte, consternado ante aquel extraño juguete-ropa-utilidad-herramienta-algo, corrió hacia donde su madre que lavaba platos en la cocina oyendo músiquilla de los 70'. Y antes de cumplir su objetivo de preguntarle qué era lo que le había regalado, se dió cuenta de lo que tenía entre sus manos: un telescopio, un gran telescopio para poder deslizar sus pestañas por la superficie de los planetas y estrellas, y tal véz hallar un marciano perdido en la infinidad del universo. Edu admirado ante el extraño obsequio, sonrió para sí al tener en su posesión a tal rara herramienta. ¡Por fín saldría de su casa! - ¡por fín vería mucho más allá de la ventana de su habitación!

Aquel día se sentó toda la tarde en el patio de su casa, esperando que el sol se marchara y el cielo muestre su oscuridad imperante, y tan bella. Una noche como cualquier otra ordinaria, definitivamente. Pero para Edu, tan sólo para él, esta noche sería especial, pues por fín las constelaciones diminutas podrían a lo mejor susurrarle espacios escondidos de sus historias y experiencias junto a los olvidados dioses de un disuelto Olimpo. Esperó a que las aves cesaran de cantar, y que los pétalos de toda flor se cerraran a dormir ante la oscuridad plena. Gracias a la ruralidad de su hogar, la luz eléctrica de la ciudad no llegaba hasta esos rincones. Entonces, cuando sintiose observado y llamado por las estrellas, tomó su telescopio y apuntó a un punto fantasma en la infinidad universal. Logró ver oscuridad al darse cuenta que no había arrancado la tapa del lente. Se rió de si mismo.

Al quitar la tapa enroscada en el negro tubo, puso de nuevo su ojo en el lado inferior del cilindro.
Y por un momento, sintió que todo lo que había visto a lo largo de su vida había sido en vano. La maravillosa belleza del universo y sus cúmulos estelares dió un vuelco enorme en el modo de pensar del pequeño, tanta majestuosidad ante las diminutas manos de Edu, tantos colores lindos y desconocidos, tan lejanos de la Tierra, donde le había tocado vivir...
...Descubrió lo que tal véz muchos científicos y astrónomos ya habían descubierto antes que él. Tal vez todos esos puntitos coloridos y nubes de acroíris disueltos en el espacio ya tenían un nombre y número. Pero Edu estaba seguro que, ninguna otra persona a lo largo de la historia podría ver esta belleza, como él la observaba. No quizo bautizar ningún cometa, ni mucho menos ennumerar algún planeta lejano, él disfrutaba observando la libertad con que estas rocas fogosas atravezaban más allá del cielo... Más libres que las aves, y mucho más alegres que la noción de existir y dejar de hacerlo.

Aquella, y otras noches, Edu no durmió.
Decidió descubrir cada vez más, al punto de ansiar convertirse en un trozo de roca, o una estrella diminuta entre las demás, tan sólo para abandonar la opacidad de este mundo, y vivir muy cerca de la luz que, nunca antes pensó que vivía en la oscuridad que desde la Tierra, se veía en el universo.

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