
Ella salió de la cocina con unas tostadas y un té caliente, subió la música y cantó hasta aburrirse. La noche ya había cubierto toda luz natural, y la lámpara que estaba sobre su cabezera dejó notar los colores de su cena, y la habitación. Masticó una tostada y bebió un sorbo de té mientras su pulgar danzaba sobre el teléfono marcando el número de su amado. Esa era la tercera vez que ella lo llamaba, su teléfono móvil mostraba sólo llamadas de salida hacia él. El resto, rastros de pasadas conversaciones y llamadas de sus amigas preguntando sobre su vida.
Ella y él hace mucho tiempo que no habían podido concretar un espacio de tiempo para compartir, pero él no se preocupaba por eso, hace tiempo atrás recibió su última llamada, su última señal voluntaria de vida.
Presionó el botón para llamar, y el tono intermitente dejó lugar a su voz. Era la misma voz de siempre, él estaba alegre, y contagió de felicidad la cara de ella. Le preguntó cómo estaba, cómo había estado su día. Oyó con atención cada dulce historia, comentó cada espacio de silencio e intentó hacer que su sonrisa llegara al otro lado del auricular (como queriendo hacer que su voz alcanzara a rozar sus labios a la distancia). De pronto, ella quizo que él le preguntara cómo está, que le dijera lo mucho que le había extrañado en el día, de que él la hubiera llamado a esas horas... esperó que él le dijera que es HERMOSA. La señal alegre y sus ansias, sin embargo, fueron destruidas con el ruido : Él se largó a reir de un no se qué, y siguió su conversación normal, como si ella no estuviese allí: No había oido ni la mitad de lo que ella le había dicho.
Llena de orgullo, cortó. Y comenzó a pensar en su propio día, subió el volumen de la música y se puso a pensar en sus amigos... Sin embargo, de repente dejó de sentir interés por las tostadas y dejó enfriar el té. De pronto los colores de su habitación se convirtieron en un opaco claustro de ridiculez.
Ella tratando de auto-conquistarse, hacer el trabajo que él debía hacer. Su pequeño corazón no pudo ser orgulloso ni por un segundo, por que la vergüenza había apagado su día: arrojó el teléfono lejos de si, y se dió cuenta que había sido - una - tonta.
Y comenzó a llover.
2 comentarios:
Eso lo escribiste tú?
Está lindo el escrito (:
Si, yo. Gracias finis...
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