Un día aquel payaso se sentó en un rincón muy profundo del bosque y comenzó a llorar.

...Y no sabía por qué comenzó a llorar. Fué un llanto no más, un llanto de apretar los puños y aferrarse a sí mismo, un llanto de mocos.
El maquillaje se deslizaba rendido por su piel, y por fín, como nunca antes, vió el desaparecido color de su piel naciendo nuevamente bajo el pálido disfraz risueño.
Una vez que su llanto hubo cesado, limpió sus ojos y se recostó sobre las secas hojas otoñales, intentando desvanecer el rojo de sus ojos...
...y se durmió, respirando y oliendo, orgulloso de sus experiencias, y su vida.
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