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agosto 11, 2009

Ví un elefante hoy.


Hoy caminaba hacia mi casa y lo encontré.
Estaba tomando agüita de un viaducto de agua sucia y desechos... aburrido, y muy cerca de la reja.
Yo estaba pensando en esos entonces, a paso lento mi gacha mirada se sorprendió ante tan gigantezca cabeza meneándose bajo el sol.
Entonces me detuve a mirar su -al parecer- rutinario vivir. Jamás sospeché de su tristeza, hasta que observé que en una de sus enormes patas, se cerraba una argolla metálica.
No te preocupes -le susurré- Estoy aquí, y no te dejaré solo, te sacaré de aquí.
Desprendí de mi mochila y pasé por un angosto espacio entre los barrotes que guardaron silencio para mí. Y, con sigilio, me acerqué a su robusto cuerpo y acaricié su altísimo rostro, que, se volteó a mí para dedicarme una tierna mirada que apagó el posible miedo que sus cortados colmillos podrían provocar en mí.
El sol golpeaba muy fuerte, y comenzé a sudar cuando intenté tirar de sus cadenas para romperlas... Pero ellas eran demasiado duras para mis débiles manos.
Un hombre pasó a lo lejos, barriendo los alrededores de la enorme carpa de luces apagadas. Y de nervio me escondí tras el elefante. Él ya se había convertido en mi amigo, adivinó mis propuestas y actuamos "rodilla a codo" para huír de allí... Y yo... yo no me marcharía hasta verle caminar libre, por un enorme espacio abierto, junto a sus otros.
¿Hace cuántos años que no verá a sus hermanos?. ¿Recordará aún los breves espacios de tiempo en que corría entre árboles, y su libertad lograba convertir su piel en viento?. Yo en su lugar preferiría morir, antes de sufrir aquel horrible castigo por existir. Tener en mis piernas una pesada argolla que me prive de mis alegrías y sueños...
...Pienso que él ha sido demasiado fuerte, y que en cuanto cierra sus pequeños ojos paquidermos recuerda con aún más nostalgia y felicidad, aquel aroma a noche estrellada, en el cobijo tierno de sus padres.
Logré safarlo de las cadenas -De alguna forma extraña que tan solo mi mentalidad onírica podría concebir-, y me ofreció su cabeza para volver a acariciarlo.
Tomé mi mochila y subí, en silencio, sobre su lomo árido y libre...
Le indiqué el camino a Asia.
Entonces, con la garganta hirviendo, ví su trompa llevando el agua contaminada a su boca, y la enorme argolla en su pie.

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