La novia no podía ponerse su vestido tranquilamente, en aquella habitación beige, estaba parada frente a un espejo, siendo víctima de acusadoras miradas de tías, primas, mamá y muchas otras féminas que alagaban su candorosa hermosura. Cinco horas transcurrieron para que dejaran de manosear su cabello, peinándolo y volviéndolo a enredar, buscando entre todas una manera perfecta de hacer más extravagante su pelo... cuando en verdad, la verdadera belleza en ella, estaba en cuando su pelo caía como una natural cascada sobre sus hombros, y su cabello peinado por el viento del día calzaba a perfección con su cabeza. Nada más. En verdad su rostro había sido destrozado por las pinturas y las sombras, su aroma perfecto había sido tristemente censurado por un perfume artificial comprado a una extravagante tienda Italiana. Se mantenían todas allí, esperando hacer más feliz a la novia arrojándole piropos a su rostro, frases amorosas y de halago, que nunca antes en toda su vida le habían dicho. ¿Por qué este sería el momento?, ¿Por qué sólo hoy se acordaban de su belleza?. A veces ella comenzaba a pensar en dónde mierdas estaba su belleza real, dónde estaba eso en lo que su novio se había fijado, dónde mierdas estaba oculto su ser, su persona más íntima censurada por una sociedad cuadrada de abanicos y corbatas perfectamente balanceados y divididos. Tal vez -pensaba ella comúnmente- los únicos momentos en que la gente se acordara de recordarle su importancia en aquel pequeño mundo, sería su matrimonio, y luego su muerte, cuando por fín todos sintieran necesidad de llevarle una flor, justo en aquel momento en que ella no pudiera deslizar su coqueta nariz por aquellos pétalos.
No valía la pena seguir sonriendo, ella inmersa en una perfección material arrojaba sus gritos al fondo de su alma, dejando su cuerpo enfriar por la ausencia de libertad plena. En aquellos momentos se encontraba en el gran límite, de abandonar una prisión para entrar a otra, tal vez más moderna, sí, pero al fin y al cabo la misma prisión.
Cuando intentaban acomodar el corset a su cuerpo, entre risas y chistes pícaros, sus ojos se agrandaban más que nunca aguantando la respiración, sintiendo cómo todas sus costillas se apilaban unas a otras, para darle en el gusto a quien ignorante hombre que crea en aquella cintura plástica y forzada. Su cuerpo de pronto comenzó a deformarse y el blanco vestido se volvía más pequeño, el sostén desabrochado, las hombreras rozando los límites de su lugar prontos a caer, el vestido que una vez rozaba el suelo, ahora a la altura de sus tobillos. Ella había abandonado por aquellas horas, su propio cuerpo, su naturalidad con la que fué arrojada al mundo, sobre algodón y sonrisas. Sus mejillas nunca fueron tan -artificialmente- coloradas, ni sus labios jamás habían enrojecido tanto bajo el dominio de una de esas barras que sus casadas tías utilizaban constantemente. Se estaba convirtiendo en una de ellas, y aún más, se estaba convirtiendo en una mujer en general, totalmente uniformada de dama, entre halagos que seguramente nunca jamás volvería a escuchar.
La noche había llegado. El lugar de la boda resultaba ser tan hermoso como la pareja en sí, y la perfección total en la sonrisa de todos. Algunos nerviosos corrían al baño, y volvían mirando hacia la entrada de la enorme iglesia tomando entre sus dedos prenciles la cara de sus relojes de pulsera. Todo estaba listo, preparado para que, entre aquellas construcciones doradas todo marchara viento en popa, siguiendo la más hermosa tradición de abandonar a un miembro de la familia en un duro pecho protector, siempre observando heróicamente el horizonte bajo un reconfortante alto techo y abrigadores paños de cama matrimonial que nunca cojeará.
Pero la novia no llegaba, los invitados comenzaron a murmurar y abrir sus celulares marcando cualquier tipo de número que diera contacto con la jóven. Los más indecisos se acercaban a la puerta observando cómo algunos plásticos hombres de azul marino y corbata salían a observar a las calles circundantes alguna señal del lujoso automóvil en donde ella debería estar sentada, mirando por la ventana del asiento trasero. El novio cansado y preocupado, se sentó en la orilla del altar mientras los parientes más cercanos le acercaban vasos de licor y cositas varias para hacer pasar el tiempo.
Por fín se vió al automóvil asomarse por una lejana esquina, lo que hizo reorganizar a todo el formal gentío volviendo a sus bancas, al novio sacudiendo su ejecutivo traje de matrimonio, y los fotógrafos inclinándose a la puerta, esperando los primeros pasos de la hermosa nueva dama saliendo del carro.
Pero el auto no venía con ella.
Ella reía corriendo, junto a un hombre, sin tomar su mano, ni tan siquiera contactando su cuerpo, huyendo de los automóviles y edificios, dejando atrás todos los faroles y cualquier rastro del perfume que atacaba la ex naturalidad de su cuello. Huían a lo más oscuro del camino, apretando su estómago de risa, como nunca jamás lo había hecho, como nunca jamás se lo habían permitido, los dos, riendo de sus mutuas miradas efímeras sin decir ninguna palabra a lo largo del camino, sin descanzar... Ya hace muchos kilómetros atrás que ella había abandonado sus tacones y corría descalza lastimando sus pies junto a aquel jóven, como nunca jamás los había lastimado.
Se sentaron en un trozo de cemento arrojado a las orillas del mar, y entre una agitada respitación comenzaron a compartir sonrientemente las primeras palabras.
-¿Me esperaste? -Preguntó ella mirando el mar
-¿Qué? -Contestó tajantemente el jóven, interrumpido de su eterno pensar observando las olas manchar la arena nocturna.
-¿Me esperabas?
-No
-¿Qué? -La muchacha casi rompe a llorar en descepción, cuando su acompañante volteó su mirada hacia ella.
-Simplemente estaba tan, tan seguro de que por fín te dieras cuenta...
-¿Me diera cuenta de qué? -La jóven vestida aún de novia, despojó de su velo y lo tiró a la arena.
-De que te estabas sumergiendo cada vez más en aquella estúpida tradición de hallar a ese estúpido prototipo del hombre perfecto, llegaste muy, muy lejos, ¡mírate ahora, con ese vestido!. Admito que te ves... bien. Pero en verdad nunca pensé el llegar a verte así.
-Pero me dí cuenta, tarde, pero mejor que nunca... Me enteré de muchas cosas de golpe, estaba en un limbo, mientras tiraban de mi pelo para hacerme hermosa -Rió delicada y bromistamente- Me dí cuenta de que... no lo sé. Simplemente me dí cuenta de algo que tal vez pronto hallaré las palabras para aquello. Concluí sobre tí, y tu enorme ausencia que se notaba imperantemente por sobre todo el día de hoy, un día tan importante para mí, ¿Por qué no estabas?, eres un malagrade...
-Pero si yo no sabía nada de tí -Interrumpió.
De pronto, unas pequeñas gotas comenzaron a desplomarse sobre aquella playa... Una misteriosa llovizna se adueñó de la atención del oscurecido sector. El brillo lunar sin embargo aún no era tajado por gotas más consistentes y rápidas.
-Yo no sabía nada de tí --Volvió a interrumpir el silencio provocado por la llovizna.
-Ni yo mucho menos de tí
-Entonces, ¿Cómo pretendes haberme invitado a tu boda?
-Cállate
Ambos rieron ridiculizados mutuamente, y recordaron invocar aquella graciosa mirada que intercambiaban durante el largo camino, que les hizo reír a carcajadas por un buen rato.
-¿Cómo pudiste encontrarme, entonces, si no sabíamos absolutamente nada de nosotros? --Preguntó él.
-Deducí que escribías en tu escondite público, en esa plaza...
-¡Pero si no me encontraste en una plaza, me encontraste comiendo durazno en un paradero de la carretera!
-Siempre te sentabas allí
-Nunca imaginé que hayas sido tan observadora
-Nadie se da cuenta de lo que observo
-¿Me buscaste, entonces?
-Ehm, no. Simplemente añoré la soledad de sentarme en aquel paradero.
-¿Soledad?, con un durazno jamás te sentirás sola, mañana temprano buscaremos duraznos en el patio de mi vecino...
-Cállate.
-Cállate tú también y me tendrás callado.
-Ok.
-Ok.
-...¿Oye?
-¿Qué? cómo rompes el silencio...
-¿Me esperaste?
Comenzó a llover fuerte esta vez, el paisaje entero se vió rajado por diminutos rayones transparentes y opacos, que hacían ver el paisaje como una película antigua. Todo hubiera sido perfecto si los colores de la noche hubiesen abandonado sus lugares y dado lugar al color sepia imperando en todo lugar. Pero el único color que se perdió, fué el maquillaje en el rostro de la novia, que se deslizaba por sus mejillas y mentón, haciendo de su rostro una mezcla de colores disueltos bajo el dominio de la naturaleza.
Un largo silencio se apoderó entonces de la conversación de los dos jóvenes, y de la respuesta de el desabrigado hombre que dejaba caer la lluvia sobre su espalda.
Un auto pasaba extraña vez por la carretera, iluminando efímeramente la lluvia a su paso, pero luego volvía a gobernar la oscuridad en el lugar. Esta lluvia, entonces, comenzaba a golpear aún más fuerte el suelo, y el trozo de cemento en donde el par de jóvenes se encontraban sentados.
-Puede ser -Respondió el jóven luego de aquel enorme lapso de silencio en donde lo único que parecía romper el detenimiento del tiempo, era la lluvia cayendo sobre todo lo que se pudiese ver en la penumbra.
-¿Cómo estás? -Cambió el tema ella, intentando romper el silencio.
-Te ves realmente hermosa, con aquella pintura rendida, admirada ante tu naturalidad... No vuelvas a estropear tu naturalidad, no lo hagas nunca jamás.
Ella se acercó convencida de observar mejor al jóven bajo la lluvia, en aquel extraño ambiente de oscuridad y piedras. Y cuando sus labios comenzaron a aproximarse, empequeñiendo así todo el alrededor, él volteó su mirada hacia la carretera, mientras apoyaba sus manos en el trozo de cemento.
Ella apoyó su cabeza en el hombro del muchacho, y el jóven accedió a apoyar su cabeza en ella, como nunca antes había confiado su cráneo.
-¿Qué haré si me están buscando? -Se preguntó en voz alta ella, cerrando sus ojos
-Mañana iremos a buscar duraznos al patio de mi vecino, yo me subo al árbol y tú... -mientras tanto, él desabrochaba el collar de plata del cuello de la jóven- ...tú me esperas abajo con un canasto que tengo, e intentas atrapar los que te arrojo --Cuando tubo el collar entre sus dedos, tomó impulso y lo arrojó al mar.
-Mañana temprano iremos a robar duraznos...
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